viernes, 14 de septiembre de 2012

El legado de Bourne

de Tony Gilroy


Cuarta y agradecida película de la saga Bourne que abunda en la acción pura segregadora de adrenalina.
La trama está perfectamente dibujada por un Tony Gilroy que ya actuara como guionista en la segunda y tercera de la serie dirigidas magistralmente por Paul Greengrass.

Esta saga añade secuelas de una forma muy particular y atractiva. No son absolutamente lineales sino helicoidales. La tercera ocurre entre varios puntos temporales de la segunda y esta cuarta ocurre a la vez que varios momentos de la tercera, como el asesinato del periodista de The Guardian en la estación o la llegada de Bourne a Nueva York para robar la documentación secreta de la operación Blackbriar. Si el ritmo de las películas ya es de por sí excitante, esta forma de entretejer los hechos las dota de una de una fuerza añadida.

Las escenas de acción siguen siendo espectaculares y marca de la casa (persecuciones por los tejados y azoteas de Manila o una de motos en medio del endiablado tráfico de la capital filipina.)

La trilogía interpretada por Matt Damon tenía un componente trágico, el héroe asaltado por sus demonios y a la búsqueda de su origen e identidad. Esta nueva entrega es más plana. La Agencia supersecreta teme que se destapen sus chanchullos, quiere cerrar el chiriginguito y destruir todas las pruebas; pero un agente se rebela contra este destino. Recordando su orígenes, este nuevo Bourne rememora una conversación con su jefe (Edward Norton), en la que éste le suelta: Somos tragapecados. Moralmente indefendibles, pero estratégicamente necesarios. 

El ansia de EEUU por dotarse de armas asépticas, manejadas desde la distancia y sin prejuicios morales da mucho juego. Estos superagentes que actúan mecánicamente son un remedo de los famosos drones (aviones de reconocimiento y combate teledirigidos) que también aparecen en la película. 
Asimismo la multiplicidad de programas secretos. De hecho hay un momento en el que aparecen sobre la mesa no sólo los programas Threstone y Blackbriar, sino Outcome, Larx, y otros. Parece una invitación a rodar trilogías sin fin.

La fragilidad de este héroe con mil y una habilidades le viene determinada por su dependencia de una medicación y la compañía de una doctora que le ayudará a descubrir todo el pastel. La película se beneficia de la buena química que destilan los dos protagonistas Rachel Weisz y Jeremy Renner.


La prueba inicial del héroe cruzando Alaska, el suspense del ataque con los drones, el asalto a la casa de la doctora, la huida sin fin. La serie promete emociones y acción sin límite aunque a estas alturas hay dos circunstancias que patinan. Una es que en la primera y segunda película existía un superjefe secreto, Brian Cox; en la tercera aparece un nivel superior de mando con Joan Allen, David Strathairn y Scott Glenn. Y en esta cuarta  entrega nos encontramos con nuevos niveles, Stacy Keach, y aún un megajefe (Edward Norton). Todo lo cual hace que nos preguntemos si la CIA y la NSA tienen más niveles de mando que el SuperMario plataformas.

Aunque lo más grosero es el descarado final,  cortando la acción como si fuera un mero capítulo al que solo falta el "continuará".  La primera trilogía cerraba perfectamente cada una de las películas exprimiendo todo su material. Ahora más parece una operación de marketing y venta.

Pero a pesar de todo el entretenimiento está asegurado.

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