viernes, 21 de octubre de 2011

San Manuel Bueno, mártir

de Miguel de Unamuno

Lo he estado leyendo con mi hija, que lo tenía como tarea del Instituto. Hacerlo me ratifica en la creencia de que es absurdo leer por obligación y que para el fomento de la lectura  por lo menos habría que hacer tres cosas:
Una adecuada selección,  "perder" más tiempo en clase leyendo y compartiendo;  y sobretodo aprender a gustar.

No creo que ésta sea una lectura bien seleccionada. Mi hija lee con fruición a Suzanne CollinsNeil Gaiman  o Laura Gallego pero ha tenido dificultades con la sintaxis de don Miguel. Sus dudas y sus reflexiones se retuercen en el texto formando multitud de frases subordinadas, explicativas o yuxtapuestas hasta hacer de los párrafos verdaderos vericuetos en donde lo fácil es perderse.  Y luego está el tema del relato. Evidentemente la distancia literaria entre unos y otros es amplia;  pero existen otras alternativas.

A parte de esto,  tengo que decir que me ha gustado mucho. La memoria que nos refiere  Ángela Carballino sobre Manuel, el párroco de su pueblo, está narrada con pasión.

La obra no llega ni a novela corta. Es un relato largo que abarca toda su vida, trenzada íntimamente a la de Manuel y en la que participa decisivamente su hermano Lázaro. El retrato que hace del cura es apasionado: un hombre siempre bondadoso, siempre solidario que vive entregado a los demás. No es un cura corriente;  su objetivo no es la obediencia ciega a la Iglesia, la condena de los pecadores o el miedo a los Infiernos. Su bondad infinita busca la armonía entre los seres, el consuelo ante las dificultades de la vida. Bastante arduo es vivir como para encima flagelarse con penas y pecados. Pero el santo párroco tiene un secreto que el hermano de Ángela, Lázaro, le arranca en una conversación: él realmente no tiene fe, no cree en la redención, en la vida inmortal del alma. Pero sí cree en su papel de pastor.
"Yo estoy para hacer vivir a las almas de mis feligreses, para hacerlos felices, para hacerles que se sueñen inmortales y no para matarles. (...) ¿Religión verdadera? Todas las religiones son verdaderas en cuanto hacen vivir espiritualmente a los pueblos que las profesan, en cuanto les consuelan de haber tenido que nacer para morir, y para cada pueblo la religión más verdadera es la suya, la que le ha hecho. ¿Y la mía? La mía es consolarme en consolar a los demás, aunque el consuelo que les doy no sea el mío". (pág. 35).
Manuel teme sobretodo la soledad y la ociosidad, que es como decir que teme sus pensamientos. Por esa razón siempre se mantiene activo, ayudando a los demás incluso en las tareas del campo.

Aun sin creer  es capaz de enardecer el sentimiento religioso de toda su comunidad. Hasta Lázaro, que viene de las Américas con  un sentido más pragmático de la vida, acaba reconociendo la santidad del cura: servir a los demás más allá de sus propias convicciones en aras de un bien mayor.

 
En el relato encontramos conversaciones íntimas y trascendentes  sobre la personalidad, el sentido religioso y la inmortalidad; así como la narración de la muerte de la madre, del santo y del propio hermano. He de decir que estos momentos  poseen un patetismo, una intensidad emocional como pocas veces se dan cita en un texto.  

Al final Miguel de Unamuno nos refiere que entrega este documento, esta memoria, tal y como le llegó. El juego del manuscrito encontrado que pervive en la literatura toda desde el propio Quijote.


En un sermón del párroco, repetido por el tonto del pueblo y escuchado por Angela al conocer la verdad del cura; el grito "Dios mío, Dios mío,  ¿por qué me has abandonado?"  es un eco que reverbera por todo el relato.

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