domingo, 13 de marzo de 2011

JORGE CUESTA

El más triste de los alquimistas.

Recuerdo perfectamente las circunstancias que me llevaron a interesarme por la figura de Jorge Cuesta: en esa época yo estudiaba Derecho y, sin que viniese a cuento, uno de mis compañeros comenzó a relatar una anécdota, aparentemente escalofriante, sobre la muerte del escritor veracruzano. Mi amigo narró la siguiente historia: pese a que Octavio Paz había escrito que Jorge cuesta era el hombre más inteligente que había conocido en su vida, lo cierto es que desde niño padecía una enfermedad mental que fue agudizándose con el paso de los años. tras su fracasado matrimonio con Lupe Marín, quien fuera esposa de Diego Rivera, la salud mental de Cuesta sufrió un deterioro cada vez más acusado, el cual lo llevó a intentar violar a su propio hijo. Consciente de su insania, Cuesta mismo decidió ingresar en una institución de salud mental.

El día en que los enfermeros pasaron a llevárselo –relataba mi compañero de Derecho-, Cuesta les abrió la puerta en un estado de asombrosa lucidez; los hizo pasar al salón y, con la mayor de las corduras, les pidió unos momentos de espera. Atónitos, los empleados lo dejaron ir al cuarto de baño, donde el poeta se afeitó y se acicaló minuciosamente; de regreso, otra vez con un inusual dominio de sí mismo, les solicitó unos minutos más, pues necesitaba concluir una tarea urgente antes de marcharse con ellos. Ante el pasmo de quienes hubiesen debido amordazarlo, Cuesta tomó tres hojas de papel y, encima de la cómoda, pergeñó de un tirón las tres últimas estrofas del Canto a un dios mineral, el hermético poema al que había consagrado sus últimos años. En cuanto concluyó, se puso en manos de los dos hombres, los cuales se apresuraron a conducirlo al manicomio. Unas semanas más tarde, llevando al extremo el delirio que quería apartarlo de la vejez y del paso del tiempo –y de alguna forma, poniendo en práctica el sentido final de su poética-, Cuesta se emasculó. Aunque los médicos alcanzaron a salvarlo, poco después el poeta al fin se dio muerte, ahorcándose con las sábanas de la cama.

Más que escandalizarme, la espantosa historia me pareció dotada de una belleza singular. Mi conclusión era clara: si alguien es capaz de terminar un poema antes de sumergirse para siempre en los abismos de la locura y de la muerte, es porque la literatura no es algo banal o accesorio, sino una condición esencial en nuestra vida.

Jorge Volpi

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